Los guerrilleros españoles

El lector que quiera conocer más detalladamente las hazañas de estos españoles en aquellos gloriosos días pueden hacerlo leyendo los libros "Heroísmo español en Rusia" - cuyo autor Roque Serna Martínez fue uno de los participantes en ellas - y el libro "El sol sale de noche", de E. Cimorra, I. Mendieta y E. Zafra, escritores que residieron durante muchos años en la Unión Soviética como emigrados políticos.

En los monumentos soviéticos en memoria a las víctimas de la guerra contra el fascismo está grabada una oración sacramental:

Nadie ha sido olvidado, nada hemos olvidado. Vuestra hazaña es eterna en los corazones de las futuras generaciones.

En el invierno de 1944 - no recuerdo la fecha exacta - formé parte de un grupo de jóvenes españoles invitados a una cena que el CC del PCUS ofrecía en un local situado en un hermoso bosque moscovita en honor a los militares españoles ascendidos a grados superiores. Presidían la cena Dolores Ibárruri y Dimitri Manuilski, un viejo bolchevique que durante muchos años fue secretario del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista.

Yo fui incluido en ese grupo de invitados no por tener mérito alguno en el estudio o en la vida política. Alguien me incluyó en la lista de los invitados en representación de mi padre. Él no podía estar presente en aquel acto por encontrarse lejos de Moscú, pero ya en España era muy buen amigo de Antonio Cordón - uno de los militares ascendido al grado de general del Ejército Rojo. Durante la guerra española yo había vivido un breve tiempo en la casa de Cordón y su esposa Rosita. En su libro "Trayectoria" Cordón dedicó algunos pasajes a mi padre.

A aquella cena fueron invitados representantes de los destacamentos guerrilleros en los que luchaban voluntarios españoles. Casi todos eran oficiales; las ordenes y medallas evidenciaban sus méritos. En nombre de sus compañeros todos pedían que los enviasen cuanto antes al frente, pues - según ellos - ya hacía tiempo que no les utilizaban en las operaciones que se realizaban en la retaguardia alemana.

Era evidente que la dirección soviética, divisando ya la victoria definitiva en la guerra, querían resguardar a aquellos valientes para una España que los necesitaba. Recuerdo lo principal de la alocución de Manuilski, que provocó una tempestad de aplausos y risa:

El camarada Stalin me pidió que os transmita un caluroso saludo. Conociendo bien al pueblo español, él sabía lo qué ibais a pedirnos. Me rogó que os agradeciera vuestra fidelidad a la causa antifascista y os dijera que, por el momento, es imposible acceder a vuestros ruegos.

La causa es que nuestro transporte - sobre todo por ferrocarril - está sobrecargado en estos tiempos de incesantes ofensivas del Ejército Rojo. Y el camarada Stalin está seguro de que, en caso de acceder a vuestra petición y mandaros ahora al frente, sería necesario enviar a los lugares de vuestras dislocaciones vagones repletos de condecoraciones para haceros entrega de ellas por vuestro innato heroísmo.

¡Y por ahora no disponemos de vagones para dicho fin!

Yo me sentía orgulloso de ser español, de tener el honor de estar junto a estos compañeros, muchos de los cuales caerían más tarde en los combates por la liberación de Europa y en la lucha guerrillera en España.

Uno de los españoles, ex guerrillero soviético en la lucha contra la Alemania nazi

Un grupo de estudiantes españoles en una gira por el bosque moscovita. 1946. En la primera fila, sentado a la derecha, Armando Herrero, discípulo de la casa de niños españoles Nº 1, ex guerrillero soviético en la lucha contra la Alemania nazi

Un caballero de la Orden de Lenin

El 3 de noviembre de 1944 yo cumplía 19 años. Había ahorrado para este día algunos talones de racionamiento y pensaba celebrar modestamente el cumpleaños con los compañeros de habitación.

Por la mañana alguien nos comunicó que de las heridas ocasionadas por las balas en la región de Leningrado, había fallecido a sus 22 años el capitán de la guerrilla - Caballero de la Orden de Lenin - Francisco Ernesto Gullón Mayor. El entierro era por la tarde.

El féretro en el que Francisco yacía vestido con su uniforme militar - acompañado de los tristes acordes de una marcha fúnebre y de un largo séquito de compatriotas españoles y amigos soviéticos - desfiló sobre los hombros de sus compañeros de lucha por la plaza de Dzerzhinski, ante el edificio del Comisariado del Pueblo de Asuntos Interiores al que pertenecían los grupos guerrilleros. ¡Era un tributo de honor especial al héroe español caído!

Francisco Gullón había luchado ya en España desde sus diecisiete años. En aquellos peligrosos días de comienzos de 1939 Francisco ya se encontraba en territorio francés, a donde había llegado retrocediendo con el Ejército Republicano del Este. Pueda parecer que su guerra había terminado. Pero el entonces ya capitán de 18 años Francisco Gullón, comprendiendo que hacía mucha falta a su pueblo, regresó a la zona Centro-Sur en un avión que salió de la ciudad de Tolouse.

Y lo hizo sin ser ministro, alto jefe militar ni líder político.

Yo no podía apartar la mirada del pálido rostro de Francisco, madrileño castizo que ya había emprendido su lucha contra el fascismo teniendo un año menos de los que yo cumplía el día de su entierro, y que dejaba en nuestras jóvenes mentes para toda la vida el fulgor de una estrella humana.

Poco antes de morir Francisco Gullón escribía en su diario de campaña:

Al fin y al cabo he tenido la suerte de nacer en una de las épocas decisivas de la lucha y debo hacer honor a esta vida. Me miro a mí mismo y veo que he cambiado mucho...

La vida soviética me ha enseñado mucho y en la guerra el pueblo soviético ha demostrado de lo que es capaz. Yo he tenido el honor de combatir al lado de algunos de sus mejores hombres...

Me han dicho que estoy condecorado con la Orden de Lenin. Quiero probar en el futuro que no me han condecorado en balde...

Depositando flores en la tumba de Rubén

En septiembre de 1946 se cumplía el 4º aniversario del fallecimiento en el hospital militar de Srédnaya Ájtuba del teniente superior de la guardia Rubén Ruiz Ibárruri, jefe de una compañía de ametralladoras. Las heridas recibidas en aquel ataque en que su compañía rompió un tramo de las primeras líneas enemigas en el frente de la ciudad de Stalingrado fueron mortales para Rubén.

Junto con un grupo de jóvenes españoles yo iba a visitar la tumba de Rubén y depositar en ella las coronas de flores, una de ellas en nombre de su madre, que entonces se encontraba fuera de la URSS.

Cuando transcurridos tantos años abro el ejemplar del libro de Dolores Ibárruri "El único camino" - que ella regaló a mi padre:

A Virgilio Llanos con la cordial amistad y camaradería de Dolores Ibárruri

- y leo en él

... es difícil medir las penas que caben en el corazón de una madre y la capacidad de resistencia al dolor que hay en cada corazón maternal...

comprendo una vez más cuál debía ser el estado anímico de nuestra "Pasionaria" en aquellas fechas.

Dolores Ibárruri conversa con Virgilio Llanos Manteca, mi padre

Dolores Ibárruri conversa con Virgilio Llanos Manteca, mi padre

El viaje a Stalingrado lo realizamos en un avión militar "Douglas" para pasajeros. Al sobrevolar Stalingrado a pequeña altura el cuadro que se presentó ante nuestros ojos era horroroso: una ciudad que se extendía a lo largo del Volga en más de dos decenas de kilómetros había sido convertida en ruinas. Decenas de miles de presos alemanes, autores de aquel crimen, recogían y sorteaban montañas de escombros.

En el aeródromo esperaban a la delegación dirigentes regionales del PCUS y del Komsomol. El 6 de septiembre de 1946 el periódico "Stalingrádskaya pravda", bajo el título de "Una delegación de españoles visita la tumba de Rubén Ruiz Ibárruri", anunciaba en primera plana a sus lectores:

Ayer llegaron al distrito de Srédnaya Ájtuba Alberto Rejas Ibárruri, teniente de zapadores-minadores y primo hermano de Rubén Ruiz Ibárruri, caído en los combates por Stalingrado, y dos representantes de la juventud española - Carmen Pinedo y Virgilio Llanos. La delegación visitó la tumba de Rubén y, en nombre de su madre Dolores Ibárruri, del CC del PCE y de la juventud española, depositó coronas sobre la tumba. Al depositar las coronas los invitados de honor expresaron su agradecimiento a los stalingradenses por guardar sagradamente el recuerdo de un hijo del pueblo español, caído en la lucha por Stalingrado.

La tumba de Rubén y de los dos combatientes con los que él yacía - el comandante de aviación V. Kámenschikov y el capitán J. Fattajutdínov - entonces todavía se encontraba en Srédnaya Ájtuba, municipio en la orilla izquierda del Volga que jamás lograron pisar las botas hitlerianas.

Actualmente, desde ya hace muchos años, el Héroe de la Unión Soviética Rubén Ruiz Ibárruri yace en Stalingrado, en un bonito paraje de la Plaza de los Combatientes caídos. No abandonó a sus fieles compañeros de tumba por ser el hijo de Dolores Ibárruri.

Obreros de vanguardia

Al mismo tiempo que los voluntarios españoles luchaban en los frentes de guerra o en las retaguardias enemigas contra los invasores alemanes, numerosos grupos de obreros españoles, jóvenes y mayores, trabajaban día y noche en las fábricas que abastecían con su producción a la economía soviética y al Ejército Rojo. Recuerdo a los abnegados obreros de alta cualificación profesional de las fábricas militares Nº 30 y 45.

Es imposible olvidar a los jóvenes metalúrgicos españoles de la fábrica moscovita "Hoz y Martillo", que trabajaban y vivían no lejos de nuestra residencia estudiantil. Nos veíamos con frecuencia e incluso celebramos juntos un Año Nuevo. Los rostros de estos muchachos de 20-22 años, surcados por profundas huellas de cansancio, sólo eran comprensibles para aquellos que, como ellos, habían estado años sin apartarse de los altos hornos, que primero fundían el esperado "metal para alcanzar la victoria" contra el fascismo y luego el decisivo "metal para el restablecimiento de la economía soviética".

¡Estaban orgullosos de ser obreros de vanguardia!

Los años de estudio en la Universidad Energética corrían a velocidad cósmica.

Cuando comenzó el curso de estudios de 1948-1949 a todos los estudiantes del grupo G-I-43 - como entonces decíamos entre nosotros - "nos quedaban cinco minutos para hacernos ingenieros".

Empezamos a elaborar los denominados en la URSS proyectos de diploma, es decir, las tesis a defender ante la Comisión Estatal para obtener los títulos de ingenieros.

Mi cita con el destino... en un campo de patatas

Fue entonces cuando - a medida que avanzaba en la composición de mi proyecto - todos los cálculos hidrológicos, geológicos, el plano general de la hidroeléctrica que proyectaba, los tipos de turbinas y generadores a utilizar en el proyecto y otros numerosos problemas técnicos que surgían, parecían esfumarse en mi mente ante el problema principal que me preocupaba el último tiempo: ¿encontraría alguna vez en mi vida a la muchacha de mis ensueños?

A veces incluso me parecía que, sin resolver este problema, el título de ingeniero era algo absurdo y superfluo. Pero el hado, como siempre, pensaba en todos nosotros: y me ayudó. Esta vez el papel de hado estuvo representado por el Gosplan de la URSS.

El encuentro con mi futura esposa, con la que hace unos años hemos celebrado nuestras "Bodas de Oro" y con la que siempre repartimos el cariño de nuestros dos hijos y cinco nietos, sucedió así.

La Junta Central de Planificación de la URSS (GOSPLAN) - durante sus largas décadas de existencia - realizó un considerable trabajo de elaboración de los principios y metodologías para la economía centralizada soviética. Muchos de los métodos que se utilizaban para resolver los problemas del país no daban los resultados esperados.

Uno de los problemas más difíciles que se planteaba ante la Junta era el problema de la agricultura. Ni el "Agrónomo Principal de la URSS" - el ignorante Buró político del PCUS, que se entrometía en todo lo que desconocía -, ni los numerosos Gobiernos que tuvo la URSS en sus casi 75 años de existencia, jamás lograron elaborar una política agraria eficaz.

Los koljosianos - además de no disponer de la técnica necesaria para la realización de los trabajos de siembra y recolecta de las cosechas - no estaban muy interesados en el producto final de su trabajo. Ellos tenían huertos, que abastecían sus necesidades familiares.

Precisamente por esto, cuando se aproximaba la temporada de recolecta de la cosecha del país, el dilema que año tras año el gobierno soviético se veía obligado a plantear a su pueblo era el mismo:

O recogemos todos juntos la cosecha de hortalizas en septiembre-octubre, o éstas se helarán a principios de noviembre y pasaremos todo el año mucha hambre.

Naturalmente, una vez planteado el ritual dilema comenzaba la movilización de los obreros, funcionarios públicos, científicos, escritores y - muy particularmente - de los estudiantes de todas las instituciones superiores soviéticas para salvar la consecutiva cosecha.

El Woodstock soviético

Aquel otoño de 1948 miles y miles de estudiantes de las numerosas facultades del Energo - incluyendo aquellos a los que "nos quedaban cinco minutos para hacernos ingenieros" - fuimos movilizados para salvar la cosecha de patatas en los campos de la región de Yaroslavl, contigua a la de Moscú.

Viajamos hacia aquellos inmensos campos en los que las patatas esperaban nuestra ayuda. Y es que, aunque parezca anormal, aquello era para todos nosotros - jóvenes no mimados por la vida - una forma muy original de descansar del estudio y divertirse un par de semanas. Ya teníamos la experiencia de otros años.

Después de una jornada de 10 horas de duro trabajo - y habiendo recogido montañas enteras de tubérculos sucios en los campos mojados por las lluvias - comenzaban en la campiña las maravillosas horas de la vida nocturna, siempre acompañada de interesantes encuentros y largas conversaciones con nuevos amigos y amigas.

En una palabra: aquello era para nosotros una especie de "Festival de Woodstock", con la única diferencia de que antes de divertirnos sudábamos la gota gorda trabajando, metidos en el barro de los surcos de patatas hasta los tobillos; de que en lugar de la música rock de los numerosos grupos artísticos internacionales - presentes en aquel festival extranjero - nuestra música salía del único gramófono viejo que teníamos, equipado con discos llenos de ralladuras; de que en vez de los refrescos y variados bocadillos que bebían y comían los participantes del Woodstock estadounidense, nosotros sólo bebíamos agua hervida y comíamos sabrosas patatas, asadas en las brasas de las hogueras que nos protegían del frío y en las que secábamos nuestra ropa de trabajo.

El koljosiano que salió al encuentro del camión en el que llegamos los varones del G-I-43 nos acompañó hasta un pajar en el que, como dijo, debíamos pasar la noche.

Nos recomendó taparnos con paja, pues hacía frío y faltaban mantas; nos comunicó que todos los pajares cercanos estaban ocupados por las muchachas, que recogerían las patatas en cestas de mimbre; que nosotros debíamos echar las patatas de las cestas en sacos, llevar éstos a hombros hasta la única carretera - que pasaba a unos 300 metros del punto de la recogida - y cargarlos en los camiones.

Nos dio las buenas noches y desapareció para siempre.

Al amanecer ya todos los españoles estábamos al borde de un inmenso campo cuyos límites eran indefinidos. A nuestro lado, armando barullo y tiritando de frío, ya se encontraban también numerosos grupos de las estudiantes que deberían arrancar y recoger las patatas en las cestas de mimbre.

1948. Un grupo de recogedoras de patatas rusas y de cargadores españoles

En nuestro "Festival de Woodstock", 1948. Un grupo de "recogedoras de patatas" rusas y de "cargadores" españoles

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