Cuando las autoridades no eran competentes

... Un día de agosto de 1966, aprovechando la ocasión de nuestra estancia en París - y harto ya de la monótona correspondencia que hacía años mantenía desde Moscú con el Consulado de España en la capital francesa, pidiendo permiso a las Autoridades españolas para que me permitiesen entrar en mi patria y visitar a mi familia - decidí ir con mi esposa Inna a dicha oficina y cerciorarme por sí mismo del porqué de las repetidas denegaciones.

La amplia sala del segundo piso del Consulado se dividía en dos partes, antagónicas por las cuestiones que en ellas se resolvían: en una se concedían los visados, mientras que en la otra los españoles que trabajaban en Francia, fundamentalmente las chachas, intentaban explicar a gritos a sus interlocutores burócratas los problemas a resolver.

En la parte de los visados dos jóvenes de sonrisa espectacular, dotados de un parco vocabulario plurilingüe, atendían amablemente a la cola de turistas extranjeros que, por algunos francos, obtenían rápidamente el visado de entrada en España.

Nos llega el turno. Entrego los dos pasaportes soviéticos con la hoz y el martillo en sus portadas.

La cara del joven que nos atendía me recordó las estrofas de la poesía de Vladímir Maiakovski "El pasaporte soviético":

... el señor funcionario coge mi pasaporte de roja cubierta. Lo coge como si fuera una bomba, como si fuera un erizo...

El empleado llama a una señorita encargada de los asuntos que parecían no corresponder al standard turístico. Alego a la joven que, por lo visto, las denegaciones eran el resultado de alguna equivocación. Pero todos mis argumentos son vanos. La señorita es inflexible y afirma que las Autoridades Competentes españolas no se equivocan. Parecía ser como si alguna de ellas esperase a que, con los años, variase mi biografía para darme el permiso de entrada en España, a que renegase de mi padre, de mi apellido, de mi familia, de mi pasado y presente.

¿Que temían las Autoridades Competentes españolas de un niño que, para salvarle de las bombas y del hambre, había sido evacuado a la URSS a finales de 1938, cuando tenía 13 años? ¿Creían de verdad que yo podía representar algún peligro para España?

Esta frontera de Port Bou, que ahora en marzo de 1978 debía cruzar el "Talgo" París-Barcelona, era la frontera que conservaban mis recuerdos de niño.

Por ella había pasado a Francia en noviembre de 1938 la última expedición de 300 "niños de la guerra" que se dirigía a la Unión Soviética y de la que formábamos parte mi hermana Carmen de 14 años, mi hermano Carlos de 11, y yo de 13.

Los tres hermanos en Madrid, año 1935. (En la foto, de derecha a izquierda, Carmen, Carlos y el autor)

Los tres hermanos en Madrid, año 1935. (En la foto, de derecha a izquierda, Carmen, Carlos y el autor)

Este puesto fronterizo era el que - perseguido por su participación en los acontecimientos de octubre - había cruzado mi padre a finales de 1934 y por el que, después de su primera emigración en Rusia, él había regresado a España en julio de 1936 para participar en los 32 meses de la lucha armada del pueblo español contra el fascismo.

Y era también el mismo puesto fronterizo por el que, retrocediendo con el Ejército del Este, mi padre pasó a Francia para regresar inmediatamente en avión al último foco de la resistencia republicana en España: a Madrid.

Pegado a la ventana del tren recuerdo en voz alta los detalles del viaje de aquella última expedición de "niños de la guerra", con la que los tres hermanos partimos hacia la Unión Soviética.

... Salimos de Barcelona en autobuses. Por el camino la aviación fascista, que ya volaba sobre aquella zona, nos obligó varias veces a salir de los autobuses que ocupábamos y echarnos a tierra. Teníamos mucha hambre y sed, y estábamos sucios de polvo de la carretera.

De pronto surgió Port Bou, el último palmo de tierra española. Los guardafronteras españoles nos abrazan y, puño en alto, nos desean feliz viaje. Los gendarmes franceses nos registran uno a uno, preguntando si llevábamos oro.

En Cerbére nos esperaban los representantes soviéticos. Sonriendo, tranquilos, con la serenidad propia del hombre ruso, lo primero que hicieron fue invitarnos a una buena comida en el restaurante de la estación del ferrocarril. Luego un tren especial nos llevaría a París y otro a Le Havre, donde el barco soviético "Félix Dzerzhinski" - en cuya bandera izada se distinguía la hoz y el martillo - nos esperaba.

Los marinos soviéticos, formados en dos filas a lo largo de la escala, subían en vilo a bordo a todos aquellos niños que por primera vez - sin saber que era para muchísimos años - pisábamos suelo soviético.

El "Talgo" París-Barcelona - demostrando una vez más sus capacidades - pasa paulatinamente en marcha de vía estrecha a vía ancha.

¡Ya estamos en España!

La policía española sube al tren y, como de costumbre, se dirige al empleado del vagón que la noche anterior recogió los pasaportes de todos los viajeros.

Nuestros tres pasaportes soviéticos atraen su atención. Pero la documentación está en orden: el Generalísimo Francisco Franco Bahamonde había fallecido el 20 de noviembre de 1975 y el Presidente del Gobierno español D. Adolfo Suárez, a mediados de 1977, respondió a mi carta, comunicándome la gran alegría de que se me AUTORIZABA la entrada en España acompañado de mi esposa Inna y de mi hijo Andrés.

¡Las Autoridades Competentes españolas ya eran otras!

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