En el transcurso del tiempo pude impresionarme con el sentimiento y testimonio de personas alejadas de España como consecuencia de nuestra Guerra Civil. Ya desde muy niño escuché las cariñosas palabras de mi familia en torno de Antonio Sánchez Poveda, más conocido como Tonico.

Esta bendita persona, radical socialista y masón, precisamente por su fidelidad a los ideales de la República, salvó en Valencia la vida a una serie de personas, consideradas de derechas y ajenas a cualquier tipo de delito. Como es sabido, la terrible matanza, militar y civil, en ambos bandos, aunque con la responsabilidad moral e histórica de quienes se alzaron en armas contra el poder legalmente constituido, pudo eludirse en muchas ocasiones concretas por la amistad y el buen hacer de quienes se arriesgaron por motivos humanitarios. Tonico pudo haber regresado a España años antes del fallecimiento del general Franco, dado que la política franquista, pasado un tiempo, abrió las puertas a parte de los republicanos que no se relacionaban, directa o presumiblemente, con el comunismo. Pero Tonico, dominado por su repulsión a la figura del dictador reinante, esperó trabajando en Casablanca hasta el inicio de la Transición. No es lugar para insistir en los valores de este valenciano que amaba intensamente a España pero que prolongó voluntariamente su exilio, a quien admiré y quise.

José Luis Citores, de origen vasco, me impactó vivamente en el verano de 1972. Al poco de conocerle en Praga a través de amigos comunes, Citores lamentó sus estériles esfuerzos para trasladarse a España. Era un "niño de la guerra" que con el tiempo había creado su propia familia casándose con una ciudadana checoslovaca. La interpretación de la negativa del Ministerio de Asuntos Exteriores de conceder el pasaporte al que tenía derecho se centraba en su trabajo en Radio Praga. Por aquel entonces se pensaba que Radio España Independiente se emitía desde la capital checa. No obstante Citores juraba no haber participado en su vida en acción política laguna. Era, por otra parte, muy crítico con el sistema político de su país de adopción, aun cuando reconocía en su caso beneficiarse de ventajas sociales, que muy difícilmente hubiera alcanzado en un país de libre economía al carecer de patrimonio y de ingresos substanciosos. Así, teniendo un hijo afectado del síndrome de Down, este al igual que su mujer fueron atendidos por médicos y educadores del más alto nivel, incluso disfrutando de una medicina personalizada y descansando temporadas en históricos balnearios. Insistiendo en sus conversaciones sobre la frustración de no vivir en España, un día rompió a llorar como un niño. No volví a verle, aunque más tarde, sin embargo, pudo volver a Bilbao. Tras sufrir una gran decepción, regresó a Praga, falleciendo a edad cruelmente prematura.

Virgilio de los Llanos, valenciano, español y ruso

Conozco a Virgilio de los Llanos desde hace doce años y mantengo con él y su mujer Inna una relación de amistad. Ello permite afirmar que el autor de este libro es persona tímida, sensible y generosa. No hay duda que ha librado cierta lucha interior para obsequiarnos con sus relatos personales, realistas y sinceros. Su vida, tal como se comprueba al leer el amplio reportaje autobiográfico, ha constituido en su mayor parte una increíble aventura. Una vida dura, de trabajo constante y esforzado, presenciando y tocando, al mismo tiempo, acontecimientos que han constituido páginas históricamente relevantes en la mayoría del siglo XX.

Virgilio de los Llanos vivió y sufrió gran parte de la aborrecible Guerra Civil. Pero ni él ni sus dos hermanos y sus compañeros de origen desfrutaron de una paz duradera en la Unión Soviética. Los "niños de la guerra", liberados de los riesgos y penalidades del conflicto español, dejando atrás cientos de miles de muertos, se encontraron en junio de 1941, con la invasión de Rusia por las tropas alemanas, inmersos en la Segunda Guerra Mundial, la más terrible en valores absolutos de todos los tiempos. Se ha afirmado que las cifras son siempre frías porque no descubren por sí mismas realidades concretas. Pero resulta escalofriante recordar que la Unión Soviética, con sus 28 millones de víctimas, cifra equivalente a la población española de aquellos años, superó en el capítulo de muertos al conjunto de todos los demás países afectados por la contienda, incluyendo el Holocausto.

Los "niños de la guerra" maduraron demasiado deprisa. Tanto aquellos que permanecieron en las áreas sometidas al frente de la batalla, como quienes, algo más afortunados, fueron trasladados a cierta distancia de los amplios territorios afectados por las combates. Todos ellos quedaron marcados por la incertidumbre y el dolor de lo que estaba sucediendo a los seres más queridos, además de sufrir las penalidades de un gran país que por efecto de la terrible agresión del ejército nazi y del gigantesco esfuerzo realizado para derrotarle, se desmoronaba retrocediendo en las conquistas materiales ya alcanzadas.

En ocasiones es difícil asignar a una persona, que ha vivido diferentes períodos de tiempo en diversas zonas españolas, una concreta procedencia. Ni el lugar de nacimiento, ni tampoco las vivencias de ciertas etapas, predeterminan un sentimiento de origen. En tales casos la sensación de pertenencia suele corresponder al lugar donde se estudió el bachillerato. No en balde se evoluciona en estos años desde la niñez, más o menos irreflexiva, hasta la cristalización de la personalidad. Al mismo tiempo irrumpen los sentimientos amorosos y se revisan los esquemas en los que uno fue educado o condicionado. Pero ni Virgilio, ni la absoluta mayoría de los "niños de la guerra", cada uno con su personalidad y echando a volar individualmente al dejar las casas de los niños, dejaron de sentirse españoles a lo largo de toda su vida. Así fue, con independencia de su reconocimiento hacia Rusia, considerada como patria compartida aunque nunca sustitutiva. Ciertamente existió por parte de los anfitriones una clara voluntad de no cercenar las raíces de los acogidos, al alojarles y educarles juntos en dichas casas, manteniendo su relación y lengua de origen. Ellos tenían sus propias familias en España y en aquellos momentos iniciales no se podía prever todavía el resultado de la Guerra Civil ni asegurar, aunque no faltaran premoniciones, que estallaría la Segunda Guerra Mundial con la posterior agresión a la Unión Soviética.

El sentirse españoles, antes y ahora, podrá provocar la ironía de quienes, en el uso de su libertad, radicalizan su nacionalismo respecto a su Comunidad Autónoma. Pero tan solo, aquí y ahora, se constata el hecho probado desde hace siglos de que amplios colectivos de españoles han mantenido a lo largo de sus vidas su sentimiento como tales. Virgilio de los Llanos, no siendo una excepción, al volver a nuestra tierra decide vivir en Valencia, que ya conoció de niño al permanecer en la capital circunstancial de la República durante cerca de un año. Se trata de razones personales y familiares, sin intención inicial de cambiar posteriormente una residencia que ya mantiene por once años, pero privando siempre el sentimiento de español. Claro que, como toda aquella persona que vive y trabaja en Valencia es y se le considera valenciano, al igual que su mujer Inna. No existe por ello renuncia alguna a sus sentimientos en torno a su patria de adopción, ni sus lazos afectivos con otras áreas españolas, tal como se repite uno por uno a quienes se engloba en los "niños de la guerra". El hecho indiscutiblemente generalizado es el de compatibilizar, al mismo tiempo y con intensidad semejante, su amor a dos países bien diferentes pero que, como es fácil convenir, siempre se contemplaron con mutua simpatía...

Escrito por Luís Font de Mora, Conseller d'Agricultura, Pesca i Alimentació de la Generalitat Valenciana (1983-1993)

Leer la segunda parte del Prólogo

Últimos materiales